La primera vez que aterricé en Manila no se si por el jet lag, el cansancio en general o el nerviosismo del momento no me fijé en la capa de humo que rodea la ciudad. En la siguiente foto podéis comprobar por vosotros mismos que cuando digo que aquí la capa de basurilla que hay en el aire se corta con cuchillo no es ninguna exageración :S
Tras esperar más de una hora dentro del avión a que los otros cinco aviones que teníamos delante despegasen, cosa que suele pasar con bastante frecuencia debido a la saturación de vuelos y a la falta de organización en el aeropuerto, pudimos por fin poner rumbo a Legazpi. Esta ciudad es uno de los principales destinos turísticos en Filipinas, su nombre de origen vasco es señal de su pasado colonial.
En la imagen anterior se puede contemplar una panorámica del aeropuerto de esta ciudad. Una característica importante de la inmensa mayoría de los aeropuertos regionales de este país es que no tienen iluminación, por lo que los aviones no pueden aterrizar o despegar si es de noche o la visibilidad es reducida, como en el caso de que haya tormenta. Otro grupo de españoles que iba en el vuelo anterior al nuestro no pudieron llegar a aterrizar porque se desató una tromba de agua y el avión dio media vuelta hacia Manila, afortunadamente ( y egoístamente también :/) descargó lo suficiente como para que a nuestra llegada (tan solo media hora después) luciese un sol radiante y no tuviésemos ningún problema para aterrizar. Cosillas del clima tropical.
Nada más aterrizar toca revolución de los filipinos en el aeropuerto ante la llegada de un grupo de blancos ¡a ver quién se lleva el premio! Qué alboroto madre mía! Nos rifan, todos quieren ser los encargados de trasladar a los gringos. El medio de transporte para la ocasión fue un tricycle, moto con especie de sidecar añadido, muy hecho a mano todo :)
La primera excursión en "el pueblo" fue la subida a un área recreativa para ver el volcán Mayon, también conocido como el volcán perfecto, por su forma de volcán prototipo. Durante la subida tuvimos ocasión de hacer una de estas actividades ideadas para turistas, consistente en meterse en una cueva donde se escondíeron los soldados japoneses durante el asedio americano, por lo visto resistieron viviendo atrincherados en ella durante más de dos años. Dadas la reducida altura de la cueva, a ratos impracticable, resulta creible que fuesen soldados japoneses y no alemanes los que hiciesen uso de ella. Una anciana filipina hacía las veces de guía e historiadora improvisada, mientras nos alumbraba con una linterna el interior de la cueva, embarrada y húmeda a partes iguales :) Nos llevamos algún que otro susto al girar en los recovecos de la cueva, ya que de vez en cuando nos sorprendía alguno de sus inquilinos... ¿qué es eso? ¿será una momia... o es un muñeco? Solo eran muñecos vestidos de soldado japonés :D
La imagen anterior está sacada de internet, por desgracia ese día la cumbre del volcán (todavía en activo) estaba tapada por las nubes. Mientras observábamos la no-cumbre probamos la especialidad local "halo-halo" y el que viene siendo para mi uno de los grandes descubrimientos gastronómicos de este país: el helado de uve. Se extrae de un tubérculo del mismo nombre de llamativo color morado, no sabe a nada parecido que haya probado antes, está riquísimo :D Por su parte el "halo-halo" es un terrible accidente gastronómico compuesto a base de una confusa mezcla de helado, flan, gelatinas varias, judías, hielo... totalmente autodestructivo, lo probé y no pienso repetir :S Todavía no se que le pasó por la cabeza al que se le ocurrió la feliz idea de mezclar por primera vez todo esto. Aquí os dejo una foto con los ingredientes para quien se atreva a probarlo.
Por la tarde nos trasladamos a un hostal en la costa donde recuperamos fuerza para la increible experiencia del día siguiente: nadar con butandines. El butandín es el nombre filipino con el que se conoce al tiburón ballena, no es carnívoro, se alimenta de plancton, pero es un tiburón a fin de cuentas.
Todos sentados al borde de la bangka provistos con máscaras de snorkel, aletas y mucho nerviosismo contenido, mientras el kuyah (algo así como colega o amigo en filipino) otea el horizonte encaramado al mastil del barco en busca del butandin. En segundos pasamos de la tranquilidad de llevar 2 horas buscando al bicho en cuestión sin ver nada, al estress del momento en el que el guía empieza a gritar apresurado: Go, go, go!! Indicación más que clara para que nos tiremos al agua con el objetivo de seguir al butanding. Primer intento: nosotros sin ver en apenas medio metro a la redonda por lo turbio del agua, esperando que en el momento más inesperado aparezca a nuestro lado el pez más grande del mundo, el guía anuncia que el butanding ha debido de sumergirse, abortamos misión y volvemos a la barca después del subidón de adrenalina, tanto nerviosismo para nada. Ya en cubierta nos echamos unas risas de impresión al recordar el primer salto al agua, se suponía que teníamos que nadar en fila india, pero era tal el miedo que teníamos (pánico en alguno de los casos), que aún no me explico cómo pudimos nadar en posición vertical, haciendo una piña, codo con codo, aleta con aleta, ni Gemma Mengual y sus chicas podrían haberlo hecho mejor...
Seguimos sentados al borde de la bangka, el kuyah que lleva el barco se da cuenta de que al otro extremo de la bahía hay numerosas bangkas que se dirigen al mismo punto, han avistado butandines, nosotros no íbamos a ser menos, todos hacia allí, nuevamente stress, "go, go, go!!" nos tiramos y nadamos hacia una marabunta de aletas, máscaras de buceo, gritos, risas, coreanos que no saben nadar enfundados en chalecos naranjas... el guía nos manda meter la cabeza debajo del agua: ahí está!... en mi cabeza silencio... ajeno al alboroto de la superficie el tiburón ballena con sus ocho toneladas de peso avanza majestuoso bajo las aguas... después del momento zen del primer avistamiento... esa aleta parece que está demasiado cerca... ay madre que me da! Nada, nada, nada! Sepárate de esa aleta cuánto antes!! Tras el susto inicial el butanding prosigue su marcha... Es una experiencia única, algo que no se puede explicar con palabras y que repetiría sin dudarlo.